28 nov 2010

La forma más simple de viajar al pasado.

¿Quién no ha fantaseado alguna vez con la idea de viajar a través del tiempo? La posibilidad de volver al pasado y modificar sucesos que no ocurrieron como deseábamos, para mejorar de esa forma nuestro presente y futuro; siempre teniendo en cuenta la peligrosa posibilidad de desencadenar alguna serie de eventos paradójicos que acabe con nuestra propia existencia. Y por otro lado, viajar a tiempos futuros con el objetivo de visitar una sociedad más avanzada y evolucionada tecnológicamente, de manera que podamos aprender sobre disciplinas que ni siquiera imaginamos en la actualidad; también con la nefasta posibilidad de toparnos con un escenario post-apocalíptico en el que la humanidad se ha autodestruido como especie.

La ciencia ficción ha alimentado nuestras fantasías con una innumerable cantidad de historias acerca de viajes en el tiempo. Desde la novela “
La Máquina del Tiempo” de H. G. Wells, hasta la famosa trilogía de películas “Volver al Futuro”, todas nos proponen diferentes mecanismos complejos y tecnológicamente avanzados a través de los cuales podría concretarse el viaje en el tiempo: una complicada máquina surgida de eternas pizarras repletas de ecuaciones, un De Lorean cargando un condensador de flujouna isla, entre otras rarezas. alimentado a base de plutonio, un misterioso disco ubicado en una estación científica secreta enterrada en las entrañas de
Por supuesto, todos estos artefactos funcionan a la perfección dentro del mundo de la ciencia ficción, pero cuando retiramos la palabra “ficción” de la formula, se desvanecen súbitamente. Y es que en principio, ninguna de estas prácticas formas de viajar a través del tiempo tienen en cuenta algo realmente simple: de acuerdo a la teoría de la relatividad de Einstein, el espacio y el tiempo no son dos dimensiones separadas, sino que se encuentran unidas en un entramado denominado espacio-tiempo. Prometo ahondar más acerca de esto en un futuro artículo, pero es importante saber que aplicados a la realidad ninguno de dichos métodos podría funcionar. Entonces, ¿cuál es la forma más simple de viajar en el tiempo?

Existe una forma realmente sencilla de viajar a través del tiempo, más precisamente al pasado. Y no requiere de ningún artilugio avanzado tecnológicamente para poder concretarse (aunque, como veremos más adelante, sí existe un instrumento que hará que se disfrute más el viaje). La forma más simple de viajar en el tiempo puede realizarse en tres simples pasos: esperar a una noche con el cielo despejado, salir al exterior y mirar hacia arriba. ¿Simple, no? Veamos a que me refiero con esto.


Todo lo que voy a explicar a continuación deriva de la popularmente conocida (por lo menos su nombre) teoría de la relatividad, surgida de la brillante mente del científico más importante del siglo XX, Albert Einstein. Su famosa ecuación e=mc² se refiere a la equivalencia entre la masa y la energía, y lo que esto significa exactamente es que la energía (e) es igual a la masa (m) por la velocidad de la luz (c) elevada al cuadrado. Este último es el parámetro que nos interesa de la ecuación y que vamos a explorar en mayor profundidad a continuación: la velocidad de la luz.

La velocidad de la luz en el vacio es una constante universal cuyo valor exacto es de 299.792.458 m/s, aunque suele presentarse de manera aproximada como 300.000 km/s. La medida que conocemos como año luz (vale aclarar que no representa tiempo, sino distancia) es la distancia que recorre la luz en un año, la cual es aproximadamente 10 billones de kilómetros. Esto significa que aunque la luz viaja a velocidades realmente increíbles y físicamente nada supera esa velocidad, de todos modos, dicha velocidad es un número finito y por lo tanto limitado.

¿Qué significa todo esto y que tiene que ver con los viajes en el tiempo? Pues bien, lo que esto significa es que cuando observamos un objeto cualquiera, la luz que dicho objeto emite o refleja tarda una cierta cantidad de tiempo en llegar a nuestro sistema visual. Si observamos a una persona que se encuentra a un metro de distancia de nosotros, entonces la luz que dicha persona refleja tarda aproximadamente 3,3 nanosegundos (0.00000000033 segundos) en alcanzar nuestros ojos; por supuesto ese intervalo de tiempo es tan ínfimo que se hace indetectable. Pero si establecemos la misma comparación con un objeto más lejano, por ejemplo el Sol, encontramos que la luz emitida por el Sol tarda aproximadamente 8,32 minutos en alcanzarnos. Esto quiere decir que cada vez que observamos al Sol lo vemos como era 8 minutos y medio atrás en el tiempo; quiere decir que, literalmente, estamos viendo al Sol como era en el pasado. Si las leyes que rigen el comportamiento de las estrellas se desvanecieran en un instante y el Sol estallase o se apagase súbitamente, aquí en la Tierra nos enteraríamos de ello ocho minutos después de que sucediese realmente.

Pero hablar de ocho minutos en el pasado no parece ser gran cosa, dado que cualquiera de nosotros ha vivido hace ocho minutos y no existe una diferencia notable con el presente. ¿Qué sucede entonces si nos atrevemos a alejarnos cada vez más, a observar objetos más distantes en el espacio?



La estrella más cercana a nuestro Sol se denomina Próxima Centauri y se encuentra a 4,22 años luz de distancia de la Tierra; esto quiere decir que cuando observamos a dicha estrella la estamos viendo como era cuatro años atrás en el tiempo. Pero este sigue siendo un ejemplo relativamente cercano en el tiempo. Cuando observamos a la galaxia enana Canis Mayor, la galaxia más cercana a la Vía Láctea y que contiene aproximadamente mil millones de estrellas, la vemos como era hace 25 mil años. Quizás en este tiempo muchas estrellas de esa galaxia ya se hayan apagado, muchas otras hayan estallado en impresionantes supernovas, pero la luz de dichos eventos tarda 25 mil años en llegar hasta nosotros, así que todavía no lo hemos visto.

Vemos a la galaxia de Andrómeda como era hace 2,5 millones de años, lo que significa que cuando la luz que hoy recibimos de dicha galaxia empezó a viajar por el cosmos hacia nosotros, recién aparecía en África la primer especie de hombre, el Homo Habilis. Vemos al cúmulo de galaxias de Virgo como era hace 65 millones de años, cuando en la Tierra se producía el fenómeno que provocó la extinción de los dinosaurios, mucho antes del surgimiento del primer ser humano.

Previamente indiqué la existencia de un instrumento que puede hacer de nuestro viaje en el tiempo una experiencia más placentera; por supuesto, me refería al telescopio. Y resulta que cuanta mayor tecnología le apliquemos al telescopio utilizado, podremos adentrarnos más y más en el remoto pasado.

El telescopio espacial Hubble tomó una famosa fotografía de una pequeña porción del espacio que dio a conocerse con el nombre de “Campo Ultra Profundo del Hubble”. En dicha imagen, pueden apreciarse las galaxias más lejanas y jóvenes que el hombre ha alcanzado a observar. Muchas de ellas se encuentran a distancias entre 5 mil y 10 mil millones de años luz, por lo tanto las vemos como eran incluso antes de que se formara el Sistema Solar y el planeta Tierra, en la juventud del Universo. La luz que vemos en la fotografía fue emitida por las galaxias hace 13.000 millones de años, cuando el Universo contaba solo con 800 millones de años de edad.


El denominado Telescopio Muy Grande (VLT) de Chile detectó la galaxia más lejana encontrada hasta el momento. Se le designó el nombre UDFy-38135539 y su luz inició su viaje hacia nosotros hace 13.200 millones de años, cuando el Universo era muy joven y las galaxias se encontraban mucho más juntas de lo que se encuentran ahora. Su luz ha tardado en llegar a la Tierra casi la misma cantidad de tiempo que lleva existiendo el Universo.

Como vemos, aunque sea interesante plantearnos las ridículas paradojas que surgirían de viajar realmente al pasado, existe una forma real e igualmente interesante de efectuar un viaje hacia tiempos remotos: observar las estrellas, las galaxias y todos los cuerpos celestes lejanos que vagan por el espacio. Y aunque a través de este método no tengamos la posibilidad de conocer a nuestros antepasados o modificar el futuro, si es de suma importancia para conocer el origen de nuestro Universo. Estudiar objetos celestes que se encuentran a distancias astronómicas equivale a estudiarlos como eran en el pasado, en un estadio joven del cosmos; y una vez comprendidas las leyes que los rigen, podemos entonces aplicarlas a nuestro propio pasado. De esa forma llegamos a entender de una mejor manera cómo se formó y cómo se comporta nuestra galaxia, nuestro sistema solar y nuestro planeta. Y no hay mejor forma de vislumbrar con mayor exactitud nuestro futuro, con sus metas y objetivos, que conociendo con mayor precisión de dónde venimos, nuestro pasado.

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